Soledad: hablemos de ella

Desde MA Psicólogos, especialistas en niños, adolescentes y adultos, vamos a hablar acerca del concepto de la soledad.

La soledad significa estar sin acompañamiento de una persona u otro ser vivo. En mayor o menor medida todos la hemos experimentado, pero debemos reflexionar sobre su naturaleza y profundidad para llegar a conclusiones más poderosas.

Para empezar debemos de diferenciar entre la soledad escogida y la impuesta. Suponen dos tipos totalmente diferentes de soledad, donde la escogida es una soledad que el individuo elige y disfruta, mientras que la impuesta no es una elección voluntaria y normalmente tiene una connotación negativa. La soledad escogida suele ser una “soledad positiva”, donde la persona es capaz de vivir sin compañía pero disfrutando de sus quehaceres, tareas, obligaciones y hobbies de una forma proactiva. Es la capacidad de disfrutar solos, que va mucho más allá de lo que parece: supone saber estar solos. Claramente saber estar solos, no quiere decir que no nos relacionemos.

Cuando no tenemos otra opción

La otra cara de la soledad es la impuesta. Este tipo, sin duda supone una forma negativa de soledad, donde no tenemos elección. Queremos gozar de compañía pero no nos es posible, no conseguimos lograrla. Esto crea normalmente ansiedad en quien lo vive, ya que ligado a ello, debemos decir que la persona no disfruta de esa situación para nada. Cuando nos vemos envueltos en este tipo de situaciones, podemos terminar en intentos desesperados de socialización con tal de no estar solos.  Todo ello suele desembocar en problemas a nivel relacional y de valoración personal.

Uno de los grandes males de nuestro tiempo, precisamente, es que no sabemos, mayoritariamente estar solos. Esto es debido entre otras variables a los nuevos ritmos de vida, las redes sociales y nuevas tecnologías, el mundo globalizado… De alguna manera tenemos la necesidad de estar “enganchados” a otros para poder gozar de bienestar. ¿Qué sucede por tanto cuando se terminan nuestras relaciones, ya sean amistosas o relacionales? Pues las consecuencias suelen ser magnificadas y percibidas como algo gravísimo, ya que a partir de ese momento no tenemos esa compañía. Y claro, no sabemos estar solos, lo cual hace que el problema crezca de forma exponencial.

¿Qué podemos hacer para anticiparnos a estos problemas? La primera variable que debemos entrenar es aprender a disfrutar solos. Esto no quiere decir que no podamos o no sepamos relacionarnos con los demás. Sólo quiere decir que debemos de aprender a vivir momentos con nosotros mismos, llegando a ser capaces de disfrutarlos. Esta es la base para generar relaciones sociales adecuadas. No basadas en una necesidad de compañía, sino en el disfrute, las emociones, compartir… Saber estar solos es un gran ejercicio para valorar nuestro tiempo, esfuerzo y valor, y por ende para tener una mejor autoestima. Saber qué nos gusta y qué no, saber desarrollar nuestras inquietudes, aprender, experimentar…

Si desarrollamos esa capacidad de saber estar solos y disfrutar de ello (evidentemente no siempre), es muy probable que nuestra actitud frente a la vida se posicione mucho más positivamente, motivándonos a crecer en ese campo de la vida, que sin duda complementará el plano social de forma muy adecuada. Socializaremos más y mejor, y sobre todo, no nos “engancharemos” a relaciones de forma desesperada, sino que elegiremos con el fin de gozar de mayor bienestar.  ¿Te atreves a intentarlo?

Matthew Henry

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