¿Cuándo fue la última vez que asumiste un error?

Desde MA Psicólogos, especialistas en niños, adolescentes y adultos hoy vamos a hablar sobre la importancia de saber dar la razón y asumir errores.

Debido a que somos seres sociales, estamos en constante contacto con otras personas. Esto nos lleva a tener que buscar soluciones, acuerdos y pactos constantemente para poder sobrellevar nuestras vidas. La comunicación es el factor determinante para que todo esto pueda darse correctamente. Hemos hablado muchas veces acerca de su importancia en varios niveles, pero hoy vamos a ser más concretos. Vamos a hablar exclusivamente acerca de asumir errores y dar la razón. Tanto en uno como en otro tema, la comunicación es el vehículo que nos llevará a hacerlo de la mejor forma posible y con la mayor comodidad.

Que la comunicación sea la vía, no quiere decir que no haya obstáculos en la misma. Muchas variables se entrometen en ese sendero para dificultar la consecución del objetivo. El orgullo, las formas, el ego… Para empezar en este tema iniciaremos con una pregunta: ¿A quién no le gusta que le den la razón? Resulta más que evidente que a todos nos gusta que nos digan que estamos en lo cierto, pero si damos la vuelta a la tortilla la cosa cambia. Dar la razón no es siempre y para todos una cuestión fácil y sencilla. Es así como se dan situaciones en las que dos personas discuten sobre un tema y, sabiendo que una de las partes está en lo cierto, no se le reconoce. Surge un extraño fenómeno, ya que es evidente que saben lo que ocurre pero no se verbaliza lo evidente. Una buena reflexión es cómo ve el resto de la gente a esa persona que no reconoce o da la razón. La respuesta va a tener como protagonista adjetivos negativos desde luego, no cabe duda. Todos queremos tener la razón siempre, pero no es posible que sea así. Debemos hacer el ejercicio empático en el que veamos lo positivo de que nos reconozcan nuestra razón, para entender que los demás también ansían que esto se produzca. La clave no es esforzarse en no dar la razón, sino esforzarse en tenerla. En el momento que esto no es así, no ocurre nada por reconocer lo evidente.

Todo esto tiene mucho que ver con el segundo tema, reconocer nuestros errores. A nadie le gusta cometer errores, pero todos los cometemos, mayormente porque es algo humano. Reconocer un error es un ejercicio de madurez, que hace que seamos conscientes del cambio que debemos hacer para la siguiente vez, con lo que intrínsecamente el cambio es parte de todo el proceso. A la vez es una tarea de responsabilidad, ya que hacerse cargo de los errores aumenta la confianza que los demás van a depositar en nosotros. Tendemos más a fiarnos de personas que reconocen un error que de quienes los esconden. Y es que es lógico y entendible que todos podemos fallar, pero la cuestión no es esconder ese error o negarlo, sino buscar soluciones al mismo, con el objetivo de sacar la situación adelante.

Dar la razón y reconocer errores pueden suponer un problema en un primer momento, pero una vez que se hace, resulta más que claro que no ocurre nada por hacerlo. Es más, nos sentiremos mejor, y no sólo eso, los demás nos valorarán más positivamente. Supone una batalla con nuestro orgullo. Por supuesto que deseamos no cometer errores, pero si ocurren, debemos estar a la altura. Del mismo modo estaremos dando ejemplo a los demás con nuestra actitud. ¿Te atreves a ponerlo en práctica?

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