Desde MA Psicólogos, especialistas en niños, adolescentes y adultos, vamos a hablar sobre el concepto del deber.
Parece sencillo cuando hablamos sobre lo que uno “debe hacer”. Al menos, cuando este tipo de circunstancias surgen en una conversación coloquial y todo el mundo parece entender a qué nos referimos. Sin embargo, todo esto es mucho más profundo de lo que parece a priori. Para que tengamos claro este concepto del deber, se tiene que haber trabajado previamente en muchos otros aspectos. Cuestiones como la responsabilidad, la diferenciación entre el bien y el mar, la honestidad, la justicia… Todo esto comienza en la niñez, a través de la educación. De ahí la gran importancia que tiene educar en todo esto, no sólo a través de los colegios, sino en el seno de la propia familia. Dentro de este aspecto cobra especial relevancia el predicar con el ejemplo, esto es, hacer ver con acciones concretas este tipo de conceptos que pueden verse como abstractos en cierto momento. Se produce a partir de aquí y según avanza el tiempo un recorrido donde la propia persona experimenta, siente y empatiza con las decisiones suyas y ajenas. Y por supuesto, donde comienza a tener que decidir lo que debe hacer de forma individual y no dirigida en sus relaciones con sus amigos, familiares, obligaciones y demás.
La responsabilidad se forja desde distintos rincones y no siempre es fácil. En cualquier caso las circunstancias en las que vivimos nos condicionan intensamente en este camino. Un buen sentido del deber facilita no sólo la resolución de tareas, sean de la índole que sean, sino también la toma de decisiones más ligadas a lo emocional o donde puede haber intereses más complejos. Hablamos de situaciones en las que decidir entre una cosa u otra afecta a los demás, donde podemos dejarnos llevar por el egoísmo, la avaricia, la codicia…
Vivimos en tiempo difíciles a este respecto. Donde vemos diariamente acciones que perjudican a los demás anteponiendo una figura personal, donde algunos dirigentes son descubiertos malversando fondos públicos, donde en ocasiones no se respetan los derechos de las personas… Todo esto alimenta normalmente las ganas de tomarnos la justicia por nuestra mano y obrar de forma semejante, entendiendo que si no lo hacemos así, se estarán aprovechando de nosotros y por tanto, que estamos pecando de tontos.
Los valores
Pero los valores precisamente, cuando se han forjado firmemente tienen la capacidad de replantear este tipo de situaciones, con un poder de convicción alto, donde la figura de la conciencia cobra un papel protagonista. Y es que, una conciencia limpia y tranquila es impagable, y nos permite enfrentarnos a las circunstancias de una manera mucho más funcional. Ese es el verdadero sentido de deber, al que por momentos minimizamos a las tareas cotidianas que tenemos que afrontar en el día a día, pero que bien entendido cubre un espectro mucho más grande.
Es difícil reaccionar a la injusticia, a la mentira o al fraude. Sin embargo, caer en la trampa de entender que esto justifica que nosotros cometamos hechos semejantes, no es el camino. Tenemos dos trabajos: por un lado aceptar que va a haber personas que tomen ese camino fácil o que por decirlo de alguna manera “hagan el mal”. Está claro que esto existe y seguirá existiendo. Y en segundo lugar, pensar en qué tipo de persona queremos ser, qué queremos mostrar a los demás y sobre todo entender que cuando estamos orgullosos y conformes con nuestra manera de actuar, gozamos de un mejor equilibrio a nivel emocional, nos alejamos de cuestiones como la ansiedad y en definitiva gozamos de mayor bienestar. ¿Te atreves a intentarlo?