El Trastorno Bipolar es una enfermedad cíclica y recurrente. Aunque un paciente lleve más de 10 años sin síntomas, es posible una nueva recaída y, por este motivo, el tratamiento es generalmente crónico, y para toda la vida en muchos casos, siempre atendiendo a las circunstancias individuales de cada persona. Muchas veces, a lo largo del tiempo el tratamiento puede simplificarse y resultar más cómodo.
Es una enfermedad grave que afecta al estado de ánimo y es relativamente frecuente, afectando a un 3-6% de la población mundial en alguna de sus formas. La persona que sufre un Trastorno Bipolar (antiguamente llamado Síndrome maníaco-depresivo) pierde el control sobre su estado de ánimo, y éste tiende a presentar oscilaciones más o menos bruscas, que van desde la euforia patológica (llamada manía o episodio maníaco) a la tristeza patológica (depresión), sin que éstas estén en relación con acontecimientos estresantes normalmente.
El Trastorno Bipolar es una enfermedad crónica y que cursa con episodios, y es recurrente, en cuyo tratamiento los fármacos resultan imprescindibles, aunque a veces sea necesario complementarlos con una intervención psicológica adecuada.
España presenta una elevada tasa de consumo de ansiolíticos, alrededor del 15% de la población adulta. Los ansiolíticos o tranquilizantes más empleados son las benzodiacepinas (BZD), como por ejemplo, Orfidal, Trankimazin y Valium, que actúan a varios niveles del sistema nervioso central, produciendo una depresión de las neuronas que les confiere propiedades ansiolíticas, relajantes musculares, anticonvulsivantes (contra las crisis epilépticas, por ejemplo) y amnesiantes.
La edad avanzada es un periodo de la vida en el que aumentan los factores de riesgo para el desarrollo de enfermedades mentales, incluyendo aquellas que derivan de procesos degenerativos o lesionales del sistema nervioso central; entre las más frecuentes de encuentran la depresión y la demencia.
Se trata de dos patologías que pueden aparecer de forma independiente o estar relacionadas de diversos modos, produciendo una gran variedad clínica:
– Aparición de depresión en una persona con demencia.
– Presencia de un episodio depresivo que se acompaña de quejas de dificultades cognitivas (por ejemplo, deterioro de la memoria).
– Posible paso de la depresión a la demencia.
Los altos niveles de síntomas de duelo prolongado (SDP) y de síntomas de estrés postraumático (EPT) son relativamente comunes después de una pérdida. Los dos tipos de complicaciones de duelo comparten algunas características, aunque no todas. Poca investigación ha estudiado cuál de las dos precede a la otra después de la muerte de un ser querido. El propósito de este trabajo fue examinar la relación temporal entre el cambio en los SDP y el EPT durante los 4 primeros años siguientes a la pérdida de un cónyuge mayor (pareja en convivencia). Los resultados indicaron que los SDP mediaban el 83% de la relación entre el tiempo y el EPT, mientras que EPT sólo mediaba el 17% de la relación entre el tiempo y los SDP. Estos resultados sugieren que los cambios en los SDP mediaron los cambios en el EPT tras la pérdida conyugal en mayor medida que a la inversa.
La duración de la depresión no tratada (DNT) podría tener un impacto sustancial en los resultados clínico. Los pacientes con una DNT de 6 meses o menos fueron más frecuentemente jóvenes, desempleados y tenían niveles más altos de enfermedades físicas que aquellos con una DNT más larga. Una DNT más corta se asoció significativamente con una mayor probabilidad de respuesta (mejoría) a las 12 semanas y una remisión (libre de síntomas) a las 24 semanas. Los cambios en las calificaciones de discapacidad mostraron disminuciones más pronunciadas entre las personas con una DNT más corta. Las asociaciones de la DNT sobre los resultados clínicos fueron evidentes, tanto en pacientes con un primer episodio de Depresión, como con Depresión recurrente.