Todos perseguimos la felicidad y calidad de vida, como una especie de fórmula secreta inalcanzable, como un antídoto contra todos los males, algunos incluso llegando a la obsesión por conseguirla y otros a la desesperanza y resignación porque terminan por convencerse que es inalcanzable.
Fuera de obsesiones; intentando llegar a la felicidad a través de llenar vacíos con lo material o poner tiritas que bloquean nuestros sentidos, fuera de la resignación y la dejadez que nos llevan a sentirnos víctimas de una vida infeliz. Fuera de esto, podemos alcanzar la felicidad a través de mejorar nuestra calidad de vida.
Somos muchos los profesionales que coincidimos en que si simplificamos la felicidad, o el mecanismo para alcanzarla, nos referiremos a la ausencia de miedo.
Y cuando hablamos de ausencia de miedo, no es tan solo ausencia de pánico o miedo a algo en concreto, si no a la ausencia de miedos generales como pueden ser el miedo al fracaso, al futuro, al dolor, a la soledad, etc.
Miedos, que en algún momento de nuestras vidas todos padecemos y que disminuyen nuestra calidad de vida evitando que disfrutemos al 100% de los acontecimientos cotidianos, o no tan cotidianos, de nuestras vidas (quién no ha sentido cierto miedo pensando en un posible ascenso laboral por las responsabilidades que se avecinan, o cuando conocemos a alguien que nos atrae y pensamos en que podría hacernos daño surgiendo así el miedo a ser rechazados).
El miedo, si lo alimentamos y lo dejamos crecer nos empuja a un estado de congoja, que nos paraliza y entristece, que contamina y minimiza nuestro bienestar.
Son las pequeñas cosas de la vida (reírnos, pasear, un día soleado…), la aceptación de nuestras emociones, el valorar los pequeños logros y metas conseguidas; lo que genera que nuestra calidad de vida emocional aumente, haciéndonos más fuertes y felices.
La calidad de vida, es a fin de cuentas, la aceptación y compromiso que adquirimos con la vida y nuestras emociones. Asumir que cualquier meta que nos propongamos conlleva un esfuerzo, y que para alcanzarla hemos de tropezar alguna que otra vez. Pero tropezar, es volver a levantarse, es aprender de nuestros errores para que no se repitan.
La calidad de vida, y con ella la felicidad, empieza cuando adquirimos un compromiso con nosotros mismos y el entorno que nos rodea.
Aquí os dejo algunas pistas para que las pongáis en práctica y comprobéis cómo os acercan a esa “esperada” felicidad. Sin duda ponerlas en práctica, mejorará tu calidad de vida:
- Intenta conocerte, saber quién eres con lo bueno y lo malo, eso te dará seguridad y confianza. Te ayudará a saber qué es lo que realmente te gusta, te llena o te hace feliz.
- Deja fluir la risa, ríete de ti mismo, ríete de los errores, y dales la importancia que realmente tienen. Levántate con buen humor, con un humor que te ayude a enfrentarte a lo mejor y lo peor de la vida, a las noticias, a los periódicos, etc. Reírnos para actuar con más tino frente a los problemas, no para escapar de ellos.
- Entrena tu capacidad de escucha, te servirá para aprender de todo lo que te rodea, y para crecer en ese aprendizaje.
- Ábrete al amor, encontrándolo en cada mínima muestra de afecto. Un abrazo, una caricia… Y no esperes a que te abracen, hazlo tú siempre que te apetezca.
- Decide tu libertad, entendiéndola como la capacidad de elegir dentro de nuestras circunstancias, dentro de lo posible.
“La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosa que ocurren todos los días”
Benjamín Franklin
MA Psicólogos, focaliza su filosofía de centro y trabajo basándose en perseguir esta calidad de vida y felicidad.
María Arias
MA Psicólogos.